Cigarrillo 43, o Escondite Inglés o Pollito Inglés es un juego universal. Un jugador/a de espaldas a otros/as que intentan tocar la espalda del primero para ocupar su lugar. Los “otros” pueden ser tres o tres mil, aunque no se sabe, a ciencia cierta, si se ha experimentado con tal cantidad o si todos estamos en ese juego sin siquiera darnos cuenta. El jugador/a de espaldas repite la retahíla “Uno, dos y tres.... escondite ingles, sin mover los pies”, terminada la frase, rápidamente se da vuelta para ver quién está todavía moviéndose. Aquel que “pilla” en movimiento debe volver a empezar, volver a la línea de partida. Es claro que no se trata de la tradicional escondida donde uno se esconde de alguien, sino de avanzar, de mostrarse, de ser visto, de exponerse, a costo de quedar paralizado bajo la mirada del otro.
Lo que intenta esconder este juego
es la forma,
el modo,
el deseo,
la historia,
el miedo,
las necesidades,
la idea,
la calidad del ser
calidad no mesurable
no apropiable
no explotable
con la que uno intenta avanzar.
La puesta en escena dibuja el devenir entre avances en un espacio de embalajes vacíos, cajas de cartón con marcas comerciales en prolijas letras de moldes acabados,
que se construye
y deconstruye,
que se ordena
y se desordena.
Deviniendo ahora en muro,
ahora en ventanas,
en laberintos,
en restos de un lugar habitado,
en refugios,
en cofres.
Y quedar desnudo a los ojos del otro.
El acontecer, el devenir entre avances, hace visible lo que pensamos como invisible. Anuncia lo que el otro no puede, se niega, no se permite o se le ha negado ver y donde ese otro extranjero de cada uno de nosotros, ese otro no normal, no normalizado, extraño, raro, se presenta para ser visto. Un espacio de contrastes de materiales reciclados y cuerpos que se restauran ante, para y con la mirada del otro.
A la vez, una puesta en escena que cuestiona el tiempo, el transcurrir lineal.
... el pasado ríe en el presente que besa el futuro...
... un presente en que una arruga en la piel se hace joven...
... co-fundirse en el instante.
El tiempo en escena transcurre a hurtadillas, disimulando, no se lo ve andar, son imágenes que se han desplazado a nuestras espaldas, fotos fijas, sin referencia de fecha, donde no se puede entender lo que estaba antes y lo que estaba después, como las figuras de los niños/as del Cigarrillo 43, a los que nunca se pillaba en movimiento. El tiempo escénico está hecho de recuerdos, de memoria, de olvidos sin etiquetar.